De tener que ser alguien a disfrutar de ser cualquiera
Como profesionales autoexigentes, basamos nuestra trayectoria en capas y capas geológicas de “tener que ser alguien”. Debemos destacarnos y ser reconocidos.
¿Pero qué pasa cuando un terremoto nos dice que el cómo o el qué ya no van más? Con frecuencia caemos en los mismos criterios rígidos. El terror a perder nuestra distinción nos aleja de descubrir nuevas posibilidades. Las descartamos de cuajo, queremos proteger nuestro perfil a toda costa.
Así que llegamos a las conclusiones de siempre mientras que el estruendo que pide algo distinto sigue estando ahí.
¿Qué pasa entonces si en lugar de “tener que ser alguien” nos permitimos disfrutar de ser cualquiera? Por ejemplo, empezar una actividad fuera del trabajo en la que no tenemos experiencia (improvisación, cerámica, un arte marcial, viajar, etc). Un lugar seguro donde podamos empaparnos del aprender más allá del resultado o la velocidad de progreso.
Esto no es tirar abajo todo lo que hemos construido. Sólo es aflojar la exigencia lo suficiente como para mirar opciones sin defender una identidad fija. Es actuar en el mundo sin preguntarnos si algo encaja o no con nuestra trayectoria. Es hablar con personas fuera de nuestro ámbito, registrar intereses que nunca consideramos o prestar atención a caminos que antes descartábamos por no “representarnos”. A partir de allí sí, podemos empezar a integrar lo conocido con lo que vamos descubriendo.
¿Qué aparece si jugamos a ser cualquiera por un rato?

