
Durante mucho tiempo, supuse que crecer profesionalmente significaba adaptarme a moldes ajenos. Que la única opción era tomar literalmente las palabras de mis jefes/as como condición para recibir reconocimiento. Y aunque ellos influían en que me sintiera así, era mi responsabilidad trascender el “A o B”, “esto o lo otro”. Pensar que sólo había un camino tan alejado de quien era me generaba tensión, incomodidad y falta de fluidez. Con el tiempo, comprendí que podía desarrollarme sin traicionar mis valores, ajustando más bien la manera en que los aplicaba.
Algunos de mis valores, cómo los interpretaba y cómo los transformé:
Enfoque en lo esencial: Evitaba la exposición que consideraba innecesaria. Cuando empecé a elegir en qué foros participar (con un propósito claro), fortalecí mi credibilidad en espacios clave y gané confianza al hacerlo.
Cuidar mi relación con el equipo y mis pares: Creía que cuidar significaba evitar la fricción, lo que me llevó a no ser del todo clara en ciertas situaciones. Al establecer límites y comunicar con mayor precisión, las dinámicas se volvieron más efectivas.
Proyectos interesantes: Me costaban las tareas rutinarias porque las percibía como tediosas. En lugar de verlas como insignificantes, comprendí su importancia para construir bases sólidas de eficiencia y colaboración.
Respeto por el tiempo: Pensaba que buscar espacios con personas más jerárquicas era pura autopromoción y que sólo hacía perder tiempo a todos. Identificar puntos en común que nos aportaran valor mutuo transformó esas interacciones en algo no sólo relevante, sino estratégico para destrabar situaciones al nivel adecuado.
Armonía laboral: Asumía que el conflicto era una señal de fracaso. Luego, entendí que abordarlo de manera alineada con mi estilo diplomático no sólo era posible, sino necesario. Además, en ciertos contextos, adoptar una postura más firme resultaba clave.
Relaciones genuinas: Evitaba las interacciones transaccionales y a quienes las promovían. Aprendí a mantener mi preferencia por vínculos profundos, sin dejar de relacionarme con personas con estilos muy distintos al mío, aunque sólo tuviéramos algunos intereses en común.
Autonomía: Priorizar la independencia por encima de todo hacía que mi crecimiento fuera más lento. Si bien eso me permitió profundizar habilidades y optimizar recursos, también limitaba mis oportunidades. Incorporar a mi equipo, redes, mentores, sponsors y aliados estratégicos amplió significativamente mi alcance.
Estos cambios impulsaron mi desarrollo sin comprometer mis principios. Me apoyé en mis características diplomáticas y en mi visión holística para acelerar el reconocimiento y consolidar mi credibilidad. En lugar de verlo como una disyuntiva, aprendí a flexibilizar mis aproximaciones.
Por supuesto, mi experiencia es única y lo que me funcionó a mí puede no ser lo mejor para ti. Por eso, en las sesiones trabajo con quienes buscan ser reconocidos en el ámbito laboral sin perder su esencia. Exploramos qué parte de su "100% yo" es innegociable y qué aspectos pueden adaptarse al contexto sin renunciar a sus valores.
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