Una entrevista laboral no es un examen tradicional, al menos no en el sentido convencional. Aunque el resultado puede decidir una contratación y puede sentirse como un examen, con instancias de evaluaciones técnicas, tiene sus diferencias.
En un examen tradicional, quien evalúa determina, según las respuestas, si alguien conoce el contenido. El examinado parece ser un contenedor de información al que se le pide elaborar dentro de los límites de su conocimiento intelectual.
Una entrevista laboral se asemeja más a una conversación comercial. Y digo diálogo porque muchas veces decir “vender” también parece asociado a cierto monólogo.
¿Quién está del otro lado?
Una buena forma de prepararse es considerar a la persona que nos va a entrevistar: su estilo, el mundo que habita, sus desafíos. En función de eso, podemos pensar qué sería una buena coincidencia de nuestro lado.
Facilitarle la vida al entrevistador es clave. Muchas veces nos centramos tanto en el contenido que queremos compartir y en ser abarcativos para que no quede ni un lugar a la duda. Así, mareamos a nuestro interlocutor, que probablemente haya hablado con varios candidatos que también querían demostrar todo lo que sabían.
Pasar de centrarnos en nosotros mismos a planificar con el humano que tenemos del otro lado es esencial. Conocer las preferencias del entrevistador también es relevante. Puede ser alguien que priorice el relacionamiento, donde el ida y vuelta será clave. O puede ser alguien con alta orientación técnica que prefiera enfocarse únicamente en la resolución de problemas específicos. En ese caso, ser claros, precisos y atenernos al punto hablará de nuestro proceso de razonamiento. Parafraseamos el problema para ver si lo entendimos bien, establecemos las premisas y luego damos el resultado.
Cuando no sabemos cómo es la persona, podemos observar las reacciones a nuestras acciones para ver dónde pone el énfasis el entrevistador.
Recuperar cierto poder
La situación de relación asimétrica de una entrevista muchas veces nos puede hacer sentir pequeños. Sin embargo, hay cierto poder con el que contamos al proponer y alinear cómo van a ser esos 30 minutos, etc. ¿Cómo vamos a trabajar juntos en ese tiempo que compartimos? ¿Cuáles son realmente las reglas del juego y qué posibilidad hay de ajustarlas para ser más efectivos? Una posible propuesta es compartir resumidamente los puntos fundamentales de la respuesta y chequear con el entrevistador si quiere que nos explayemos en alguno en particular o si seguimos. También es importante verificar que estamos yendo en el sentido de la pregunta.
Otra forma de darnos poder es pedir un momento para reflexionar. En lugar de ponernos nerviosos porque la respuesta a una pregunta que recién escuchamos no viene al instante, podemos recordar que se trata de una conversación. En la cual, como en todas, las respuestas reflexivas muchas veces no emergen enseguida, especialmente si la pregunta ha sido buena. No tendría mucho sentido que nos pregunten lo que ya pueden encontrar en nuestro CV. Entonces, aclarar que vamos a tomarnos cierto tiempo para pensar nos da poder.
¿Y nosotros qué queremos saber?
Con frecuencia olvidamos que nosotros también estamos tomando la decisión de si vamos a ingresar a ese equipo. Planificar para evacuar dudas es relevante. No necesariamente todos los entrevistadores van a ser cautelosos y dejar espacio para nuestras inquietudes. Necesitamos tomar consciencia del tiempo que teníamos asignado y de cuánto nos queda.
Con frecuencia, cuando los entrevistadores son miembros del equipo donde vamos a trabajar, es la única instancia de tener de primera mano información valiosa para que nosotros también tomemos la decisión de si queremos avanzar.
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