Abundan las narrativas heroicas donde la perseverancia exacerbada es lo único que se celebra. Ir más allá del desgaste mental y físico. El sacrificio de líderes y equipos en pos de una meta.
¿Pero qué pasa cuando ese continuar-no-importa-qué se valora por sobre el para qué lo estamos haciendo? Llegamos al punto en el que ese hacer desmesurado se convierte en nuestra identidad. Esto sucede tanto a nivel individual como a nivel cultural.
Nos emocionamos leyendo historias de responsables de organizaciones que “dejaron todo en la cancha” y despreciamos aquellas de quienes dicen “esta competencia no voy a seguir jugando”.
Un objetivo puede ser adecuado en un momento y luego las circunstancias cambian. O ir tras él puede tener sentido hasta que el riesgo de continuar se vuelve alarmante. El problema es que por más racionales que nos creamos, en el momento tendemos a seguir. Nos decimos que ya invertimos demasiados recursos, ya nuestra reputación está en juego, ya convencimos al equipo de que era lo mejor, ya nuestros stakeholders nos dijeron que sí. ¿Qué van a pensar de nosotros si no continuamos por allí hasta alcanzar el oro?
¿Qué podemos hacer para evitar caer en la trampa?
Preguntarnos con una cadencia determinada el para qué de nuestro negocio y cómo se conecta con los objetivos que tenemos. De ese modo las metas se mantienen por debajo de la misión.
Definir cómo vamos a tomar decisiones antes de que llegue el momento de hacerlo. ¿Qué parámetros vamos a establecer para decir “hasta aquí llegamos”, “vamos por otro lado”?
Revisar las expectativas de nuestros círculos cercanos y, de ser necesario, aclarar temprano la posibilidad de cambiar de rumbo. Muchas veces el problema está en la sorpresa repentina más que en el viraje fundamentado.
Evitar celebrar el esfuerzo puro y hacer hincapié en el proceso de pensamiento.
Clarificar no sólo el riesgo que implica perder todo lo ya apostado, sino visualizar qué pasa si seguimos en esta dirección por 3 meses, 6 meses, 1 año más. ¿Qué otras oportunidades estamos dejando pasar?
Invitar a terceros que no estén involucrados a opinar sobre la situación. No necesariamente tendrán una sugerencia certera pero sí te permitirá tener perspectivas adicionales y reducir los sesgos.
Aprender a aceptar los errores. En circunstancias inciertas, es fácil mirar para atrás y decir “esto lo tendría que haber hecho de esta otra forma”. Separa tu identidad de tu accionar y comparte también con tu equipo cómo hacerlo.
Sobre ese tema habla Annie Duke, jugadora de poker profesional que se especializa en estudiar nuestro comportamiento en el episodio del podcast A slight change of plans .
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